jueves, 27 de septiembre de 2012

Nuestra Inmortal Ciudad

  

Soy un enmascarado que recorre Zaragoza, que cuenta lo que ve y sufre esta ciudad; vago por la ciudad para ver y contar lo que pasa en sus calles. ¡Qué bien se vive en el pueblo! Sin las obras del tranvía, sin oír los chifletazos de los municipales, sin polución, sin bocinas ni sirenas; aquí sólo soportamos algún que otro tufillo de las granjas, las campanadas del reloj y el atasco que ocasionan las ovejas. Un animal tan tierno como suculento.
Si los cuatro sabios sedentes a la puerta de la antigua Facultad de Medicina hablaran; no sé qué dirían después del verano que han debido sufrir, pobres... Ruidos, chifletazos, calor, polvo, manifestaciones… Lo que me extraña es que sigan todavía tan pétreos, eso sí, algo más renegridos después de lo que les ha caído encima. Porque encima en Zaragoza hay palomas y cotorras en abundancia que no sufren estreñimiento.
¡Qué locura el semáforo el que tienen estas regias figuras a sus pies! Mientras caían los cuarenta grados zaragozanos bien dados, los municipales de turno propinaban buenos chifletazos en los oídos de los transeúntes, total para hacer ver que hacen algo además de estorbar: cuando mejor funciona el tráfico es cuando paran para almorzar. Y los peatones soportando el insolente sol de agosto cayendo como un hacha sobre la cabeza, con los oídos machacados a golpe de silbato municipal y envueltos por las polvaredas que ocasionaban las obras del tranvía. Por si fuera poco hay que añadir los sinuosas sendas eventuales de las obras, una gincana caprichosa para los que no padecen de piernas y no llevan carritos; unos obstáculos lamentables para discapacitados, ancianos y madres con carrito. Cada vez que me coloco in situ en este semáforo me viene al pensamiento el Alcalde de Zaragoza, lo cual no deja de ser desagradable, la verdad. Nadie sabe lo que sufro cuando se me representa mentalmente la efigie draculiana de este tío. Yo lo pondría aquí en hora punta, con los cuarenta grados y aguantando los chifletazos de su guardia mora para que comprobara el estado de su magna obra y de paso midiera el pulso de su ciudadanía.
Volviendo a los cuatro sabios sedentes y pétreos, sería interesante conocer la opinión de estos adelantados a su tiempo ahora que el tranvía y las bicicletas han tomado la calle de nuevo. Si estos cuatro hablarán probablemente expresarían su grado de extravío viendo como en el siglo XXI se vuelve al transporte del XIX. Tal vez dirían que hay una cosa que se llama progreso y se preguntarían qué dónde ha ido a parar. También sería interesante conocer la teoría de la cuadratura del círculo explicada por ellos, ahora que van a cuadrar la Plaza Basilio Paraíso.

martes, 4 de septiembre de 2012

Reseña: El Gran Retrato


Cambian los dedos que aporrean el teclado para dedicaros la reseña de una de mis lecturas de verano: El Gran Retrato, de Dino Buzzati.
Título: El gran retrato
Autor: Dino Buzzati
Editorial: Gadir
Año de publicación: 2006
Páginas: 152
ISBN: 8493443999
Precio: 16,50 €

"El gran retrato es una inequívoca muestra más de la gran calidad y personalidad literaria de Dino Buzzati, y junto con El desierto de los Tártaros y Un amor, puede verse como parte de una suerte de trilogía. En El gran retrato encontramos un nuevo y magistral reflejo de la inquietud de Buzzati hacia la vida y su misterio esencial, que se entrelaza aquí con su visión del amor como obsesión, como condena y como salvación. El gran retrato es novela de planteamiento y argumento sumamente originales que cabría adscribir a un peculiar género de «ciencia ficción metafísica» o «ciencia ficción amorosa». Pero mejor que someterla a cualquier clasificación es decir que se trata de otra gran novela de Buzzati, en toda la extensión del término, inquietante, conmovedora, sugerente y enriquecedora."

OPINIÓN PERSONAL 

Buzzati es un estilo al que no estoy acostumbrada, por lo que al principio me costó un poco pillarle el truco y engancharme a su novela. Iba a rachas, ya que tan pronto leía 10 páginas como caían 50 del tirón.

En este caso se trata de una historia breve pero intensa, que una vez que empiezas a comprender lo que está ocurriendo y de que trata realmente ese trabajo en el que se presentan los personajes, resulta mucho más interesante. Realmente, es un libro que te hace reflexionar, aunque el final quede un tanto abierto a la imaginación de cada uno. Buzzati, como ya he dicho, presenta una forma de escribir distinta a la que estamos acostumbrados: Pocos diálogos, conversaciones muy rápidas con algún que otro juego de palabras (Ahí me parece a mí que denota esa particular vena expresiva italiana), y alguna que otra vuelta de tuerca.

Destacar la escasa profundización en los personajes, bien está que se trata de una novela breve, pero al principio  tropecientos italianos ocupan el escenario, para después centrarse un par, más bien en uno concreto, del único que conocemos su personalidad y en este caso, su ligera locura; quizás concebido como un ejercicio mental por parte del lector, que cada uno construya a su gusto los personajes a través de unas pocas pinceladas del autor a la par que esté atento a su lectura para no dejar pasar sus nombres. 

Esta historia realmente merece la pena, es diferente, y nunca viene nada mal salir un poco de aquello a lo que estamos acostumbrados.

Podéis encontrar esta y otras tantas reseñas en La mesilla de noche.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Desde mi cubil



                       
Aquí estoy, en mi cubil de hace veinticinco años y con una paga menos. Mi jefe ni siquiera sabe que existo, que soy funcionaria de carrera, que cumplo el horario y que llevo más de diez años ocupando una silla y nada más. Mi jornada laboral la invierto en mi crecimiento personal, en estos diez años de funcionaria en paro con derecho a silla y ordenador me he dedicado a leer las obras completas de Tolstoi, Dostoyevski, Tomás Mann… También a estudiar algún que otro idioma, a escribir mi diario o cualquier cosa para algún que otro blog. Este es mi caso, otros invierten el tiempo sobrante en hacer solitarios o en el tragabolas. Procuro cultivar mi espíritu porque es la única forma de sostener la cabeza y su contenido en este cubil: un trabajo en el que no hay trabajo apolilla el pensamiento.
Esto que cuento o mejor dicho, confieso, no deja de ser una vergüenza en estos tiempos de crisis en los que los virreyes de Administraciones Públicas se dedican a tirar de látigo y recortes. Hubo una época en la que me sentía culpable; pero ahora que han tomado el poder estos nuevos reyezuelos que nos sacuden y no saben lo que se cuece en su propia casa, he dejado de lamentarme. Las cabezas pensantes anteriores prefirieron crear la figura de interinos o similares -gente con carné del partido de turno- antes que impulsar el trabajo del funcionario de carrera. Ahora los nuevos virreyes de la Admón. han decidido machacar la figura del funcionario tratándonos de vagos y descalificando nuestro trabajo; si yo no tengo trabajo es porque nadie se acuerda de mí, porque me lo han quitado y se lo han dado a otro que encima cobra más. Y aquí sigo, en un cubil inutilizada por completo, cualquier día de estos me declararán material fungible. Y mientras tanto las Administraciones varias están copadas por personal sin preparación, gente que entró sin examen por la puerta de atrás para ocupar un puesto de trabajo en condiciones: en la Administración cuanto más inútil eres más brillante es el porvenir en ella. Pero los virreyes de la Administración no se enteran de nada -sólo se preocupan de los moscosos, canosos y del horario del café- todavía no se han enterado de que los ordenadores han reducido considerablemente el trabajo. Lo que antes se hacía en una mañana a base de máquina y calco, ahora gracias al ordenador el trabajo queda reducido a una o dos horas. Y en lugar de ponerse a componer su casa, los virreyes prefieren mirar hacia otro lado. Así nos va…
Mis compañeras que trabajan a tope en otros ministerios u organismos -de otra naturaleza y sensiblemente diferente al mío-, que rinden a tope, que se cansan y cumplen el horario soviéticamente, me reprochan que vivo muy bien. A mí me hubiese gustado tener una oportunidad, poder optar a un trabajo digno, un trabajo de cara al público, me hubiese gustado servir al administrado en lugar de ser una esclava nula de pleno derecho de la Administración. Llevo veinticinco años de servicio y todavía no me han dado un triste curso de Word o de Excel, estando ya próxima a la jubilación esto ya no tiene importancia. Hay una cosa peor que no tener trabajo, es tener un jefe que se lo invente, esto es ya insufrible. Y que conste que los he tenido y por supuesto sufrido.
Y después de todo esto que he contado, añadir que en mis comienzos laborales en la Admón. trabajaba y rendía por tres o más, eran aquellos años de máquina y calco, de informes interminables que había que rehacer una y otra vez porque al jefe siempre le olvidaba algo y había que meterlo y el calco y la máquina no te daban la opción y había que repetir y repetir…
(Continuará…)