lunes, 16 de diciembre de 2013


Navidad, tiempo de lectura

María Jesús Mayoral Roche
 
Positano, 5 de octubre de 1995 
    
     Hoy he paseado descalza por la desierta playa de Positano, las juguetonas olas me han chipiado: necesita sentir la vida. Ya sabes a qué me refiero: al brindis en compañía de mi sola persona. He descubierto un hotel coqueto y acogedor, en su terraza bajo unas  enormes sombrillas bamboleadas por la suave brisa he ojeado un periódico italiano a la vez que saboreaba un cremoso capuccino. Me pides en tu carta que te recomiende lecturas, esas lecturas que yo empleo como terapia. Reconozco que la lectura puede ser una excelente cura, pero no surte el mismo efecto en todas las personas. Los ha que leen sin detenerse y ya está; el resultado es que no les queda nada de lo que han leído. De nada sirve leer sin asimilar, de nada sirve leer sin aprender algo; aunque ya he asumido que la lectura en los últimos tiempos se ha convertido en un entretenimiento y poco más.
     Los hay que acostumbran o acostumbramos a leer varios libros a la vez. Me gusta llevar un libro en el bolso, tener otro en la mesita de noche y dejar alguno a medias en la mesa del despacho. Hay un libro para cada ocasión: un libro acompañante de viaje, un libro inductor al sueño, un libro como consuelo, un libro amigo, un libro de evasión, un libro para la reflexión… Baste una enumeración a modo de ejemplo, ya que la clasificación puede hacerse todo lo extensa que uno quiera y en función de sus gustos.
     Si los desplazamientos diarios los hacemos en metro o autobús, la lectura debe ser ligera. En los largos recorridos en tren, una buena biografía puede hacernos el viaje ameno. A la sombra de un árbol cualquier lectura se hace placentera, podemos escoger desde un buen texto filosófico para aquellos que les gustan las narrativas de cierta enjundia, hasta una buena novela. Nada mejor que un buen autor clásico en la cabecera de la cama que nos sumerja en el ensueño, sobre todo en estos tiempos que nos toca vivir, con esto no quiero decir que los clásicos sean aburridos; sino que pueden aportarnos el sosiego previo al sueño. Un consejo: conviene llevar, siempre que se pueda, un librito en el bolsillo para no perder el tiempo en las esperas a tardones y autobuses. El tiempo es oro y nada como la lectura para subsanar las pérdidas inevitables de éste.
     Me pides en tu carta que te cite autores. No sabría, depende… Para mí, los estoicos siempre han sido un buen soporte para mi espíritu en los momentos bajos. Cuando quiero sacar esencia a la vida para bebérmela, procuro tener a mano a los vitalistas. En mis trances rebeldes echo mano de Camus, necesito su zarpazo. Y por supuesto, nada ni nadie como los novelistas rusos para los planteamientos grandilocuentes de las pasiones. Aunque algunos dirían que para novela, novela, la francesa. Adaptemos los autores a nuestras necesidades, a nuestros momentos. No pasaré por alto a los amantes de hechos pasados y les recomendaré la novela histórica, tan de moda en estos días y que tan de calle nos lleva a los escritores a la hora escribirla.
     Siempre es preferible una buena lectura que entretenga, nos enseñe o que nos haga reflexionar, a ese otro tipo de basura que nos venden prometiéndonos, que si seguimos ciertos consejos tendremos el mundo a nuestros pies: “Cómo hacerse rico en una semana”. No te compres el libro, la respuesta es sencilla: soñando.
     Me preguntas también en tu carta, qué es lo que estoy leyendo en estos momentos. Pues aparte de mis apuntes sobre Pompeya, estoy leyendo y repasando los clásicos de Grecia y Roma. Los hay muy divertidos, ya sé que tú no estás por la labor de leerlos y que te escudas en el empacho para no acercarte a ellos; pero deberías hacer un esfuerzo, merece la pena.
     No sé si todo esto que te cuento te servirá para algo. No te puedo aconsejar un determinado tipo de lectura porque no sé lo que necesitas en este momento. Hay lecturas que sin darte cuenta hacen crecer tu interior, que te abren los ojos al mundo.
     Me gusta Positano, su enclave; aunque pasear por este pueblo resulta una tortura, demasiadas escaleras y cuestas. Esta mañana he vuelto a presenciar el indescriptible espectáculo marino de este lugar. Un mar regio y bravo enarbolaba incansablemente sus olas espumosas contra las rocas, no se rendía, poco a poco se ha ido serenando hasta recobrar su oleaje manso y constante. Desde aquí puedo escucharlo, no ruge, está apaciguado; en esta calma mis pensamientos se abandonan a los sueños.
     Un bacio.
De mi libro Cuore Ingrato (sin publicar).

lunes, 9 de diciembre de 2013

Miércoles de Cine
María Jesús Mayoral Roche
 


 
Título Original: La grande bellezza
Género: Comedia dramática
Director: Paolo Sorrentino
Actores: Carlo Buccirosso, Carlo Verdone, Franco Graziosi, Galatea Ranzi, Iaia Forte, Pamela Villoresi, Sabrina Ferilli y Toni Servillo.
Nacionalidad: Italia
Duración: 142min.
Guionista: Paolo Sorrentino.
Distribuidora: Wanda Visión.
Productora: Indigo Film, Medusa Film.
Música: Lele Marchitelli.
Fotografía: Luca Bigazz

     La Gran Belleza. La Gran belleza o la actualización de la Dolce Vita. Una película que no está destinada al gran público, añadir de paso que algunas críticas han sido demoledoras. La Gran Belleza nos muestra una Roma bellísima, como siempre, y algo más: rincones, esquinas, tomas cenitales, noches de una Roma desierta salpicada de luces, perfiles monumentales y sobre todo gente, el factor humano de esa Roma que parece no cambiar. Intelectuales decadentes, burgueses aburridos, aristócratas arruinados, monjas momificadas en vida, vividores cansados de vivir, talentos que no llegan a despuntar… La Gran Belleza es el retrato de una ciudad clásica y bella hasta la extenuación, que hace rendirse al turista diletante. Los moradores de clase alta disfrutan de esta Roma de noche, con todos los vicios que conlleva; los intelectuales que se suman a este estilo de vivir están cansados de la ociosidad en la que se han instalado los ricos. Ricos que se divierten con ese arte tan simple como estéril, que se encantan escuchando frases grandilocuentes sin sentido y hablando de banalidades.
 
     La Gran Belleza es un peliculón, con tintes estéticos de Fellini y Viconti, en el que no pasa nada, tan sólo la noche y sus moradores. Todo comienza cuando Jep Gambardella, el protagonista, cumple sesenta y cinco años y decide salir del grupo para mostrarnos el deterioro de esa gente en pleno crepúsculo  que sigue alimentando su ego, su vacío. Y todo este retrato está salpimentado con el cinismo de un escritor que consiguió el éxito con una novela de juventud y que sigue viviendo de las rentas de aquella genialidad. Las palabras finales de la película en boca del protagonista lo dicen todo. Quizá no sea una película para el gran público porque es necesario saber para comprenderla. Pondré un ejemplo. Hay que conocer el título de la música de fondo para caer en la gracia de la escena que sigue a continuación. De paso decir que la música no pasa desapercibida, entra a punto y en mi opinión eleva el relato del protagonista.
     Algunos seguidores de este blog me han preguntado si he dejado de ir al cine. No, no he dejado de ir al cine; sin embargo he abandonado este espacio por la sencilla razón de que no tiene demasiados lectores. En esta ocasión he querido hacer una excepción porque esta película se lo merece.