Postales con Recuerdos
María Jesús Mayoral Roche
Solunto
Visitar ruinas es una de mis pasiones; al
acariciar la piedra me parece sentir la fuerza de los siglos y la historia.
Ruinas; milenios de cultura esparcidos, columnas decapitadas, sillares desolados:
el paraíso ideal de lagartijas y chicharras en los días que aprieta el calor.
Era septiembre y Massimo se había brindado
para hacer de taxista; él -siendo palermitano- nunca se había acercado hasta
Solunto. La mañana era espléndida, haciendo el “lungomare” llegamos hasta el
Monte Catalfano y hacia las nueve iniciamos la subida.
Solunto… Un escenario vertiginoso con los
restos de una ciudad greco-romana mirando al mar. Nos concedimos un respiro tras la
subida de la empinada cuesta y miramos a nuestro alrededor. El Monte Catalfano
es un gran balcón que nos muestra esa Sicilia oculta que, cuando menos la
esperas, emerge como una diosa vestida de azul y plata para robarte el suspiro
de su belleza. Massimo y yo, enmudecimos viendo tintados de azules purísimos, el
cielo, el mar y la tierra. Tan sólo los rayos de sol se concedían la licencia
de azogar con un orlo de plata la calma del mar. En aquel paroxismo mágico y
silente, ni siquiera las campanadas del reloj de Porticello dando las horas
lograron sacarnos del encantamiento; y es que aquel instante estaba en el grado
de lo divino.