sábado, 9 de diciembre de 2017

PATRIA
María Jesús Mayoral Roche


 
Patria. Me la recomendaron y no hice caso. Estuve en la Feria del  Libro en Madrid y la fila se dejaba ver: Fernando Aramburu estaba firmando. Agradecí que un escritor de verdad tuviera una fila fuera de lo habitual. Porque la verdad... esas filas en espera de que el famosillo o el periodista de moda firme ejemplares... No es serio en una feria del libro como Dios manda.
Patria. Debes leer esta novela, me dijeron. Viniendo la recomendación de quien venía, me lo tomé más en serio. Después, Patria, Premio Nacional de Narrativa. Me dije: no te queda más remedio, tienes que leerla aunque sólo sea para opinar. Hay que reconocer que Aramburu ha causado sensación entre los aficionados y amantes de la lectura. Cada vez leo menos en español y los libros que leo no los conoce nadie, y es que las novedades en celulosa a las puertas de las librerías no suelen interesarme. 
Patria. ¿Mi opinión? Un escritor se debe a su tiempo y debe dejar constancia de ello. En la actualidad lo hacen muy pocos, tan sólo nos cuentan cosas y el resto se dedica a la novela histórica. Fernando Aramburu ha dejado constancia de su época en esta novela y algo más. 
¿Me ha gustado? Sí, pero... Las doscientas primeras páginas me atraparon, estaba entusiasmada, ¡ya era hora! -me dije. La estructura de la novela perfecta, la psicología de los personajes clavada y la narrativa potente. Sin embargo a medida que pasaba páginas y capítulos, esa narrativa iba perdiendo gas. Y es que repite situaciones, va y vuelve sin añadir algo interesante, con fuerza. Esto me lleva a considerar que le sobran páginas a esta novela, más de seiscientas páginas repitiendo situaciones, sin remedio, hace que la estructura de la novela se tambalee, más cuando el autor ha elegido saltar en el tiempo en sus capítulos. Y no lo digo porque pueda descolocar al lector, que no lo hace en ningún momento ni tampoco creo que fuera la intención del autor; sino porque cuando se elige esta estructura y se salta al pasado y vuelve sobre la misma situación debe ser para meter nuevos elementos y no lo hace. 
La narrativa de Aramburu al principio es potente, pero en mí opinión he echado de menos algún párrafo descriptivo, algún toque de lirismo, ese alarde del lenguaje que en algún momento crítico de la novela hubiese venido al pelo. Los personajes los clava, son de nuestro tiempo, vascos, muy vascos. Madres matriarcas, hombres trabajadores, conflictos generacionales,  gente fuerte emocionalmente, el clásico pendón desorejado de mujer superficial, el médico enmadrado serio y formal con su punto oscuro, el calzonazos, padres proteccionistas, el pago de los hijos a ese proteccionismo, el terrorista descerebrado, el miedo, el fracaso matrimonial, la homosexualidad, el aborto, la envidia como telón de fondo, la enfermedad, el caldo de cultivo de la sociedad vasca, las aficiones vascas, el cura tiene su punto, la actuación de la Guardia Civil, las desgracias sobrevenidas... Hasta ahí perfecto. El tema central de la novela, dos amigas vascas que en su locura juvenil se habían planteado meterse a monjas, que se casan con vascos y cómo la política abertzale acaba rompiendo esa unión casi de hermanas. Verdaderamente la historia es espeluznante porque el hijo de una acaba siendo terrorista y el marido de la otra, empresario estorsionado por ETA, paga la primera vez pero la segunda no y pasa lo que pasa... Aramburu cuenta esta historia y cuanto gira alrededor de los personajes magistralmente, esto está fuera de toda duda. Pero tiene un final que a mí, sinceramente, no me encaja. No quiero desvelarlo porque esta novela es recomendable y más que recomendable. Pero sí es cierto, que cuando se llega a la fractura social por cuestiones políticas y más, con derramamiento sangre de por medio, ese final no se sostiene. 
Hay una cuestión aparte y opinión propia que quiero añadir, y es que lo que fractura entre amigos íntimos no es la política sino la envidia; es esa envidia enmascarada que como decía Dostoyevski “quién no quiere ver, en el fondo, a su mejor amigo humillado “. Diría que la política es la excusa para fracturar, para romper la relación. Porque cuando hay verdaderos sentimientos de unión, de amistad, nada ni nadie logra romper esos sentimientos. En esta novela se deja ver lo que digo. Y luego ese empeño en aferrarse a personas que humillan, que hacen daño porque sí; ese empeño en regresar a lugares donde no te quieren, es más, te odian, también se deja sentir a lo largo de esta novela. Pero claro, las raíces son las raíces. Y lo que borda magistralmente Aramburu es ese cambio cuando se inicia el abandono de la lucha armada, este punto me ha parecido muy interesante. 
Hay otra cosa con la que no estoy de acuerdo y es su versión sobre  los presos de ETA encarcelados. Durante mi período de voluntariado en un Centro Penitenciario tuve ocasión de tratar y conocer a etarras -considerados entre los presos comunes como presos políticos- y puedo decir que lo que cuenta Aramburu no es así en lo referente al trato que se les daba en la cárcel a esta gente. Aquí podría yo contar... Pero no es el momento ni el lugar. Y en este punto, precisamente porque lo he conocido, hace que la narración de Aramburu pierda en mi opinión ostensiblemente. Esto me lleva a pensar que el autor no estaba bien informado, un fallo así... Y sólo daría un motivo, es más, bastaría una palabra para decir que lo que cuenta no es así y ese único motivo si lo dijera lo comprendería todo el mundo. 

Dicho todo esto, reconozco que soy muy crítica a la hora de diseccionar una novela, no tengo remedio. También tengo que decir que esta novela la he comentado con gente con la que suelo intercambiar opiniones y gustos literarios, y en estos puntos y en otros estamos de acuerdo. Aramburu cuenta la historia sin cargar las tintas, dejando a los personajes todo el protagonismo y manejar este recurso es difícil, más, contando lo que cuenta. Pese a los contras que os he comentado, os recomiendo que si tenéis que regalar un libro por Navidad, acertaréis con Patria.