Nuestra Inmortal Ciudad
Soy un enmascarado que recorre Zaragoza, que cuenta lo que ve y sufre esta ciudad; vago por la ciudad para ver y contar lo que pasa en sus calles. ¡Qué bien se vive en el pueblo! Sin las obras del tranvía, sin oír los chifletazos de los municipales, sin polución, sin bocinas ni sirenas; aquí sólo soportamos algún que otro tufillo de las granjas, las campanadas del reloj y el atasco que ocasionan las ovejas. Un animal tan tierno como suculento.
Si los cuatro sabios sedentes a la puerta de la antigua Facultad de Medicina hablaran; no sé qué dirían después del verano que han debido sufrir, pobres... Ruidos, chifletazos, calor, polvo, manifestaciones… Lo que me extraña es que sigan todavía tan pétreos, eso sí, algo más renegridos después de lo que les ha caído encima. Porque encima en Zaragoza hay palomas y cotorras en abundancia que no sufren estreñimiento.
¡Qué locura el semáforo el que tienen estas regias figuras a sus pies! Mientras caían los cuarenta grados zaragozanos bien dados, los municipales de turno propinaban buenos chifletazos en los oídos de los transeúntes, total para hacer ver que hacen algo además de estorbar: cuando mejor funciona el tráfico es cuando paran para almorzar. Y los peatones soportando el insolente sol de agosto cayendo como un hacha sobre la cabeza, con los oídos machacados a golpe de silbato municipal y envueltos por las polvaredas que ocasionaban las obras del tranvía. Por si fuera poco hay que añadir los sinuosas sendas eventuales de las obras, una gincana caprichosa para los que no padecen de piernas y no llevan carritos; unos obstáculos lamentables para discapacitados, ancianos y madres con carrito. Cada vez que me coloco in situ en este semáforo me viene al pensamiento el Alcalde de Zaragoza, lo cual no deja de ser desagradable, la verdad. Nadie sabe lo que sufro cuando se me representa mentalmente la efigie draculiana de este tío. Yo lo pondría aquí en hora punta, con los cuarenta grados y aguantando los chifletazos de su guardia mora para que comprobara el estado de su magna obra y de paso midiera el pulso de su ciudadanía.
Volviendo a los cuatro sabios sedentes y pétreos, sería interesante conocer la opinión de estos adelantados a su tiempo ahora que el tranvía y las bicicletas han tomado la calle de nuevo. Si estos cuatro hablarán probablemente expresarían su grado de extravío viendo como en el siglo XXI se vuelve al transporte del XIX. Tal vez dirían que hay una cosa que se llama progreso y se preguntarían qué dónde ha ido a parar. También sería interesante conocer la teoría de la cuadratura del círculo explicada por ellos, ahora que van a cuadrar la Plaza Basilio Paraíso.