En la Trasnochada
María Jesús Mayoral Roche
Villamayor de Gállego 3
de octubre de 2016
Maleducados y humillados
Tardé tiempo en darme
cuenta de que mi educación inicial siempre estuvo más cercana a la Stoa
que a la instrucción de la época. Mi
padre, obsesionado con la idea de que yo no fuese una ñoña consentida por
aquello de ser hija única, quiso hacerme dura desde mi tierna infancia. Yo de
pequeña era inquieta de natural y no paraba un momento, vamos, que conmigo no
se podía despistar porque las hacía muy gordas y en silencio. Todavía recuerdo
el tono imperativo de mi padre cuando salía lanzada corriendo y me pegaba el
batacazo: ¡María Jesús, levántate y no llores! Yo me levantaba a duras penas,
me temblaba la barbilla, retenía las lágrimas, miraba a mi padre y él me
premiaba con una tímida sonrisa. Esa sonrisa venía a decir, así me gusta.
Muchos años después,
leyendo a Séneca a la escasa sombra del níspero de mi jardín, una emoción
inexplicable se apoderó de mí. Irremediablemente me hice seguidora del
estoicismo, la doctrina estoica caló en mí, me impregné de ella y la tomé como
filosofía de vida; desde su teoría de la felicidad hasta su lema “soporta y
renuncia”. Años después conocí en Madrid a Elena, una señora de la misma edad
de mi padre con la que trabé amistad. Ella adivinó en nuestra primera
conversación que yo era senequista y me confesó que ella también lo era. Le
hice saber que estaba interesada en la filosofía de Séneca y me prestó un libro
precioso que contenía las obras completas del filósofo cordobés. Libro que me
regaló cuando me despedí de ella al trasladarme a Zaragoza.
Con este lema “soporta
y renuncia” es comprensible por qué inconscientemente mi educación había sido
estoica, sin darme cuenta mi padre me había iniciado en ella. Cuando me ponía
pesadita porque quería jugar, me aburría, tenía sed, quería una cosa con
insistencia… Mi padre me decía: te aguantas. Y para solidarizarse conmigo
apostillaba: yo también me aburro y me aguanto.
El “soporta y renuncia”
como lema de vida te alivia de la presión de vital, eso es algo indudable. Pero
el “soporta y renuncia” llevado al límite te puede colocar en el umbral de la
humillación sin darte cuenta y esto hay tratarlo con detenimiento. Si te azuzan
constantemente y te aguantas, probablemente te van a seguir azuzando más y
además no se cansarán de hacerlo. Vivimos en sociedad y no nos podemos retirar
de ella, abandonar. Si te machacan en el trabajo no nos podemos despedir de él
y soportar el acoso no es fácil, por poner un claro ejemplo. Quien dice
trabajo, dice colegios, círculos de amigos, familia… Abandonar o cambiar en
algunos casos es una solución, pero no siempre se puede hacer o está a nuestro
alcance hacerlo.
Vivimos en unos
tiempos convulsos, donde cada uno quiere hacer o imponer su santa voluntad por
el placer de hacerlo sin tener en cuenta a los demás y si hay que saltar la
barrera, rebasar los límites, pues sin problema, el caso es salirse con la
suya; este comportamiento está dando lugar al crecimiento de seres inadaptados
y la mala educación se está enraizando como la cizaña. En mi último viaje a
Palermo, hace escasamente un par de semanas, me encontré en la puerta de la
Iglesia de los Teatini, el cartel de la foto adjunta. Cartel que da un toque de
atención sobre las normas de comportamiento básico en una iglesia católica.
Viene a decir más o menos lo siguiente: Dios no habla al móvil así que podéis
apagar el vuestro, no entréis en la iglesia medio desnudos como si fueseis a la
playa, la iglesia no es una plaza donde se come y se bebe, prohibido hablar y
sacar fotos paseando por las capillas durante las celebraciones, la iglesia es
un lugar de culto entrad con el debido respeto… En fin, hace cuarenta años
todos sabían comportarse en una iglesia. ¿Qué ha pasado?
Siempre que voy a
Monreale me acontece algo especial, es emocionante coger el autobús de Palermo
a Monreale, es como vivir un film del Comisario Montalbano. A la salida del Duomo
me dirigí a coger el autobús de regreso a Palermo, como estaba lleno, me pegué
a la cabina del conductor, no tenía dónde elegir. Un grupo hablando en alemán
ocupaba la parte delantera y estaban esperando a algún despistado que no iba a
llegar a tiempo para cogerlo. No entiendo el alemán pero se sobreentendía. Lo
cierto es que esa gente no tenía pinta de ser alemana, pero claro, los de la
zona de Baviera no dan el perfil del alemán tradicional. Al final, llegaron dos
mujeres gritando con los billetes en mano, contando en voz alta al grupo y
preguntando quién faltaba. Arrancó el autobús y seguían las dos mujeres
hablando en alemán animadamente y arrinconándome cada vez más, reduciéndome
hasta el extremo de no saber dónde meter los pies. Ellas tenían espacio pero
invadían el mío, hasta el punto de pisarme repetidamente y no mirarme siquiera
a la cara, por supuesto no se excusaron. Yo las miraba con cara de me estáis
pisando y ellas no se daban por aludidas, las tenía encima pero me ignoraban
por completo; yo estaba contra las cuerdas y ellas me pisaban con unas
deportivas tipo bota los dedos que dejaban al descubierto mis sandalias. Empecé
a preguntarme, en medio de aquellas mujeres que hablaban a gritos en alemán y
haciendo preguntas al resto del grupo como si el autobús fuese de ellos; si la
escena era surrealista o me lo parecía, porque el nivel de mala educación con
mala leche iba ya para nota. De pronto, una de ellas le preguntó en perfecto
italiano si el autobús continuaba hasta a Piazza Politema o terminaba en Piazza
Independenza. La pregunta la hizo sin favor y sin dar las gracias. El conductor
le contestó escuetamente y de mala gana. Ellas continuaron a lo suyo esta vez
hablando en italiano y pasando a continuación al alemán, siguieron pisándome e
ignorándome por completo; no, no me lo parecía, me estaban pisando adrede.
Recapitulé la situación rápidamente y caí en la cuenta de que aquella gente no
era alemana, ese grupo era de Bolzano: territorio independentista que no quiere
ser italiano y que prefieren hablar en alemán antes que en italiano, gente que
se hace notar y marcar la diferencia norte-sur. El día anterior en el hotel,
que es como mi casa en Palermo, me dijeron que yo parecía más siciliana que
turista; lo decían por mis rasgos y porque no llevo plano ni guías. Viéndome
asediada en el autobús por esas dos mujeres que me pisaban reiteradamente y que
me arrinconaban, pensé que me estaban tomando por una siciliana y no una
extranjera. Entendí entonces que aquellos pisotones, esa forma de ningunearme,
ignorarme eran una provocación en toda regla y que no iban a cesar de hacerlo a
lo largo del trayecto, la cosa empeoraba; iban posicionándose, esperaban que
saltara verbalmente, que explotara contra ellas. Y es que los sicilianos son de
sangre caliente.
Aquella situación,
lejos de de cabrearme empezaba a divertirme, me toman por una siciliana de
sangre caliente. Tengo una regla de oro cuando paso a la ofensiva: hay que
combatir al enemigo empleando sus mismas armas, por supuesto, corregidas y
aumentadas. Yo estaba en minoría respecto a ellas y peor calzada, unas
sandalias ligeras comparándolas con sus deportivas abotinadas. En ese mismo
instante me di una orden mental: vas a pisar con ganas a la mujer de tu
izquierda, le vas pisar en el empeine y vas a hacer lo mismo que hace ella,
ignorarla. En medio de la comicidad de la situación, seguí diciéndome a mí
misma: ella no se va a volver contra ti porque lo vas a hacer con valor y ella
se va a acobardar, ¡hazlo! Y a continuación lo hice, vaya que si lo hice;
levanté el pie y lo posé con ganas en su empeine revestida de serenidad, así, como
cambiando de posición. Ella me lanzó una mirada de reojo con extrañeza y a
continuación se separó de mí sin decir palabra. Minutos después me volvió a
pisar la otra, la de mi derecha, dándome de lleno en los dedos y yo le busque
la mirada como diciéndole: ¡ya vale, me he dado cuenta! Ella no pidió excusas,
bajó la cabeza y se dio media vuelta. Cuando el autobús llegó al final del
trayecto, yo me posicioné para bajar y la que tenía a mi derecha se apartó y me
cedió el paso.
Al llegar al hotel le
conté a la recepcionista lo ocurrido, hace años que me conoce, se quedó de
piedra al oír lo que me había sucedido en el autobús y mi reacción. La muchacha
no me creía capaz de hacer algo así, pues sí, sí, lo he hecho. Estoy harta,
harta de gente maleducada, sin modos, zafia; pero esto puedo soportarlo
estoicamente, lo que no soporto es la humillación. Que aquellas mujeres me pisaran
deliberadamente está mal; pero ese intento de provocación pensando que yo era siciliana,
eso iba ya para nota: humillar a los del sur pisoteando y hablando en alemán. ¡Qué
gente!
Los buenos modos y la
educación es lo último que se pierde en la vida; pero la humillación no se
puede consentir, de ningún modo, sentirse ofendido no es bueno para la salud.
¿Hasta dónde vamos a llegar? Probablemente esas dos mujeres iban buscando que
yo me volviera contra ellas verbalmente y creo que hubiese sido mucho peor,
porque en ese caso yo les hubiese dicho en perfecto italiano: Me estáis pisando
repetidamente sin pedir excusas, si os sirve no soy siciliana sino española,
agradezco vuestros exquisitos modales alemanes.
Cierto es que esta
hazaña tiene su comicidad, pero no, no me felicito por lo que hice, porque esta
situación es más propia de animales que de personas: delimitar el territorio
por la fuerza. Darme fuerza mental para dar un pisotón en condiciones,
deliberadamente, me costó lo mío, tuve que esforzarme. Me dio valor, debo
confesarlo, ver a aquella mujer en todo su esplendor de prepotencia, dando
voces como si el autobús fuese suyo, tratando al conductor como un lacayo,
pisándome a mí como si no fuera una persona… Lo peor de todo esto,
desgraciadamente, es que cuando te vuelves de la misma manera en la que te
atacan, entonces es cuando te respetan. ¡Qué triste! Y me parece triste porque
al final los que respetamos las reglas vamos a tener que ir contra nuestros
principios para que no nos humillen. La mala educación, los malos modos, no
deja de de ser una forma de humillar al contrario, de aplastar.
¡¡¡ es mas fácil decir en Italiano, que soy de Villamayor de España ...!!!!!! y tengo malas pulgas cuando me lo propongo.
ResponderEliminarM d M
Este nacionalismo de aldea reduce las mentes y las ideas. Cada vez que me acuerdo de esas dos mujeres pisándome, pensando que yo era siciliana y que me iban a amedrentar o que iba a explotar ante su ninguneo...
EliminarLos italianos del norte tienen unos topicazos respecto a los del sur y esta gente de Bolzano, en fin... Eso de pertenecer a Italia y querer ser independentistas les descoloca, los deja en fuera de juego allá donde vayan y es que ellos mismos se reducen. Eso pasa en general con todos estos independentismos de aldea.
Conociéndote, me imagino y me pongo en tu situación, un tanto apurada cuando te ves rodeada de gente como la que describes: estuviste avispada, templada y prudente.
EliminarTeresa Gracia
A los italianos del Sur los del Norte les llaman o adjetivan "terroni", que viene a ser como tratarlos de tontos o con pocas luces. Y cuando los del norte hacen turismo en el sur no se ahorran los comentarios a este respecto. Como si en el norte no hubiese "terroni", vamos... A mí esta prepotencia del norte con la gente del sur la llevo fatal. De ahí el comportamiento de la gente que viajaba en el autobús, se pensaban que estaban en el Tercer Mundo.
ResponderEliminarFantástica situación, te pasa cada cosa... menos mal que nos las cuentas y nos reimos.
ResponderEliminarPobre del que quiera pisarte el cuello, siempre dominando el escenario. Jejeje...
ResponderEliminarHiciste bien, esa gente no sólo no quieren ser italianos, además son racistas....
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