domingo, 3 de marzo de 2013


El Permiso

Antonio Jiménez Peña

  
  Andrés llegó a su casa con un permiso que estaba a punto de terminarse y como casi todos los días, salió al campo para andar a  buen ritmo. Así se mantenía en  forma y enmendaba el resultado escandaloso que las siestas y los sabrosos almuerzos cocinados por su  madre le causaban.
Subía las colinas brincando a largas zancadas y su corazón latía aceleradamente. Parecía anunciarle que se le saldría del pecho en cualquier momento. Luego las bajaba a la carrera, frenándose sobre los troncos de los árboles que se interponían en su camino; con ello evitaba despeñarse por cualquier barranco.
Así llegó hasta una vaguada, donde un niño sentado sobre un cancho, lloraba desconsoladamente.
-      ¿Por qué lloras chaval. Te han pegado o es que te has asustado por algo? -Le preguntó, Andrés-.
-      No es por eso señor, es porque me ha dicho el cura que Dios está en todas partes y yo llevo buscándolo toda la mañana y no le encuentro.
-      No desesperes por eso, ya lo encontrarás. -Le dijo el soldado, mirándole con fijeza.
-      ¡Adiós niño y no llores más! Ya veras qué pronto le encuentras.
-      Adiós señor, eso espero—Ahora sus lágrimas se habían vuelto una luminosa sonrisa, y muy tranquilo le agitaba su mano.
Andrés siguió después su camino muy pensativo, ya que no sabía mentir. Desde luego hay días en los que andar no le sentaba nada bien al soldado.
Al poco tiempo regresó al cuartel para continuar su propia guerra, como el niño que sigue buscando lo que no encuentra.

                 deantonio       


2 comentarios:

  1. Creo que este relato tiene un gran transfondo. Todos buscamos algo, en este caso creo que tanto el niño como el soldado ese día encontraron lo que buscaban.Me quedo con esa moraleja...Un saludo Antonio.

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