Los
canes de Judizmendi
Por
Antonio Jiménez Peña
En la acera de los números
pares de la Avenida de Judizmendi, que es la calle de Vitoria donde vivo, tiene
su farmacia mi amigo Alonso. La amistad viene de antiguo y se debe a razones de
oficio: soy actualmente un enfermo crónico y él me vende los medicamentos que
necesito. Pero hay otras razones más que el puro trato mercantil, como pueden ser
las charlas sobre temas políticos o económicos, —ahora tan en boga—o las arduas
batallas de este “abuelo cebolleta” que él escucha con tanta paciencia.
Hoy
es martes y hemos convenido que en ese día de la semana, hacemos el control de
mi tensión arterial, que ahora está demasiado alta. Y para hacerlo, me encamino
paseando hasta la farmacia, a fin de llegar con el pulso relajado.
—
¡Cuidado, cuidado, Antonio! Quién así me hablaba era Ethel, una de las
dependientas con la que también tengo confianza, señalándome un cuerpo que yacía en
el suelo, en el centro de la estancia, entre la puerta y el mostrador—Es la
señora Inés que se ha caído y herido en la cabeza—, ya hemos llamado a una
ambulancia.
Pues
bien, en ésa estábamos cundo dos perros pitbull que eran adultos, fuertes y muy bien
desarrollados salieron del estanco y aprovechando la apertura automática de las
puertas de la farmacia, entraron en ella.
Y
una vez dentro comenzaron a deslizarse sobre el suelo, con el pecho y vientre
totalmente pegados a él. Se movían con el impulso de sus patas traseras y
parecían que iban a atacar a la mujer, caída, de manera inminente.
Al parecer habían olido
la sangre de la mujer y su instinto ancestral les hizo manifestarse con esa
actitud de fiereza.
A
las personas que estábamos allí nos sorprendió con mucho desagrado el suceso—por
lo que entrañaba de violento e inesperado—. El primero en reaccionar fue un
veterano muy anciano que comenzó a
gritar a los perros y a instarlos para que abandonasen su presa, esgrimiendo
con energía su cachaba. Los demás seguimos su ejemplo y empezamos a gritar o a
patear en el suelo.
Al
final los perros se atemorizaron y salieron de la farmacia hasta el pesaje
antes mencionado. Allí una mujer de mediana edad, vestida a lo moderno con
botas y cazadora de cuero y cinturón del mismo material pero ancho y muy herrado,
comenzó a pegar a los perros en los hocicos, y supo hacerlo bien porque la obedecieron
y demostraron su temor.
Cuando
consiguió atarlos a una correa pasó la tensión del momento, pero el abuelo del
garrote seguía manteniendo su enfado gritando a la mujer:
—
¿Cómo se te ocurre llevar sueltas a esas fieras? Ha estado a punto de ocurrir
una desgracia— ¿Cómo puedes ser tan irresponsable?
—
¡No me grite usted más! Bastante avergonzada estoy como para que me atosigue de
esa manera—Los perros han sido domados por mí y no pueden ser más mansos y
obedientes, sépalo usted.
—Muy
bien señora, pero llévelos atados como ahora los tiene—Lo dice la ley (1).
Luego,
Alonso hizo el intento de tomarme la tensión, pero me encontraba tan agitado
por el suceso anterior, que no quiso anotar el dato que salió, por considerar
que no era representativo, por lo muy elevado, y me mandó volver al día
siguiente.
Camino
de mi casa iba pensando en este caso y llegué a la conclusión de que el
problema de España no es que no haya
leyes sino que nadie quiere cumplirlas. Es por tanto un problema de educación
ciudadana.
Al
llegar a casa consulte la legislación existente sobre este asunto y con
referencia a los perros pitbull he leído que son considerados “potencialmente
peligrosos”.
(1)
La ley de Tenencia de Animales Potencialmente Peligrosos de 1.999 obliga que
estos perros cuando está en fincas, se encuentren “atados o en un habitáculo
que proteja a las personas o animales que se acerquen a ese lugar”.
En
la calle, están obligados a llevarlos con bozal y cadena o correa no
extensible.
Es
evidente que en este caso tampoco se cumplió la ley.
Escrito
en Vitoria el 05/03/2.013.
Es terrible un hecho así, estoy de acuerdo totalmente con usted.
ResponderEliminarLa crisis no solo es económica, también lo es judicial, y como ya ha dicho usted de educación!
Si señora, creo que las carencias en la educación hacen que fracase la convivencia. Como consecuencia el sistema político tamnién pagará sus consecuencias. Un saludo
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