La Tormenta
Antonio Jiménez Peña
Sucedió rápidamente y en un plazo de tiempo inferior a una hora, cayó una gran tromba de agua. Era por el mes de agosto y
descargó una fuerte
tormenta de
verano que
anunciaba seguramente el final del
mismo.
Antolín de Sástago, Blas Becerra y el resto de la cuadrilla esperaban a que la borrasca amainase un poco, refugiados en
el portalón de La Posada de la Ánimas.
La calle bajaba como un río, el agua llegaba de bordillo a
bordillo, a pocos
centímetros
de rebasarlos y los sumideros
colocados en ella, de trecho en trecho, no daban abasto para tragar tanta.
— ¡Voy al solar para recoger arcilla! Quiero hacer una charca,
una presa con aliviadero—Dijo Antolín.
Y dicho y hecho se marchó al solar, regresando al poco
tiempo con una gran bola de tierra arcillosa que
transportaba rodándola sobre sí misma. Mientras tanto el agua transcurría
más
lentamente y ya había bajado su nivel, casi, al vértice de la uve que formaban las caídas de los dos lados de la calle, en
el centro de la misma.
Era
el
momento
idóneo
para hacer la
presa
y así lo entendió nuestro joven ingeniero que
la inició por
el centro, por
el rebosadero, construyendo una graciosa rampa por la que se deslizaría el agua embalsada que en esos momentos se escapaba por ambos lados del mismo.
Una vez hecho esto fue ganando terreno hacia los bordillos
y como gastaba mucha arcilla, los demás le iban dando bolas
de tierra
amasada que él colocaba,
con
mucha
rapidez
y
destreza.
Cuando dejó de escaparse el agua por los lados comenzó a
funcionar el aliviadero. Estaban encantados con la lámina de agua que bajaba y con la gran cantidad almacenada.
Antolín construyó una presa por gravedad o de tierra,
como dicen los Ingenieros de Caminos.
Y estando todos absortos en su contemplación, se escuchó
el grito agudo de una mujer. Era la madre de Antolín que le llamaba, con mucha urgencia, para hacer unos recados.
La
contrariedad
y
el
disgusto que
causó a nuestro
ingeniero esta noticia le llevaron a actuar, de manera poco conveniente con el resto de la cuadrilla, diciendo:
— ¡Yo que lo he hecho, me aprovecho!
—Y al mismo tiempo, iba
deshaciendo con rapidez y nerviosismo, la obra
hidráulica. Eran
niños, pero a mi juicio, Antolín
tuvo
un comportamiento
muy
radical e insolidario, con el resto de
compañeros.
En estos últimos días se está hablando mucho,
de la
posibilidad de que el
Gobierno
deshaga el conjunto arquitectónico de El Valle de los Caídos, y quisiera hacer unas cuantas reflexiones sobre este tema:
La obra fue ejecutada por muchos prisioneros del bando
que
defendió la República; que no republicanos. Fueron hechos presos por los que se levantaron contra ella, que tampoco lo eran.
Pero hubo muchos más españoles trabajando en ella, que
no eran presos,
que
lo hicieron
a
cambio
de
una
salario.
El dinero gastado, para hacer la obra, no fue del peculio del Dictador, era de todos los españoles y los muertos que hubo durante su
construcción no son de los
que ahora quieren
deshacerla, también son de todos nosotros.
Hay quien opina que El Valle de los Caídos es un símbolo
franquista, prueba de ello es que allí está, aún, la tumba de
Franco, y que los “caídos” son de sus partidarios y no del resto.
Yo no quiero pensar así. Pero sí
es cierto, que en un principio,
la
“ultraderecha española” se
adueñó, indebidamente, de este lugar.
Eso es lo que no debimos permitir los ciudadanos. Aún recuerdo que en los primeros tiempos de la Transición, se reunían, en aquella explanada y eran tan pocos,
que podían ser contados con mucha facilidad.
Por no decir —con los dedos de una
mano—, que sería muy exagerado.
Pero no se arregla este asunto haciendo lo que quieren
realizar los del otro extremo político: deshacerlo. Este hecho originará el crear un santuario
que ayudará a mantener y aumentar a los
radicales de la extrema derecha.
Pienso que el lugar debe ser un monumento a “todos los caídos” de la Guerra Civil española—El suceso
más desgraciado de nuestra historia—. Los restos del Dictador deberían ser entregados a su familia o si lo desean ser trasladado a
lugar
pertinente. Y hay que promover el uso del lugar—para todos—
ya
que entre todos hicimos nuestra historia.
Estaría muy mal repetir lo que Antolín y
su cuadrilla
hicieron con la charca.
Vitoria 28 de febrero de 2.011
No sé que es peor; si la memoria histórica o el alzheimer político. ¿Recuerdan cuando los talibanes volaron los Budas milenarios?
ResponderEliminarEl ejemplo de los Budas viene, en este caso, como anillo al dedo. Creo
ResponderEliminarYo tampoco se que es peor si dejarlo o derruirlo.Opino que por la posible rebelion de los ultraderistas, que aunque no lo parezaca los hay y bastantes, voto por dejarlo,ya solo faltaba en este pais que Franco resucitara o se reencarnara.
ResponderEliminarCreo más conveniente que se quede como está, porque forma parte de la historia de este país y las próximas generaciones, espero que no lo vean con resentimiento sino como recuerdo de algo que no debe volver a suceder. En todos los países, a mi juicio, cultos han respetado los edificios, monumentos y símbolos de sus antepasados sin tener en cuenta su ideología ni sus creencias ¿Por qué en España solo nos gusta destruir?
ResponderEliminarOpino igual.
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