En la trasnochada
María Jesús Mayoral Roche
Septiembre
En Villamayor de Gállego, 13 de Septiembre de 2013
Septiembre,
el reencuentro: los libros, la cartera, el uniforme. A estas alturas del año
suelen asaltarme los recuerdos cuando veo a las madres acompañar a sus hijos en
su primer día de cole. Después de mi verano salvaje en Villamayor de Gállego, en
el que pasaba gran parte del día subida a una bicicleta recorriendo la huerta y
bañándome con las amigas en las acequias, además de hacer algún rastro que otro
por los silos de las eras; una vez pasadas las fiestas, esas fiestas con baile
en la plaza y vaquillas que todavía hoy perduran, llegaba el momento de
regresar a Zaragoza para ir al colegio.
Septiembre
para mí es el mes más evocador, el que me sigue marcando el ritmo del año. ¿Cómo
olvidar mi primer día de colegio? Todavía lo estoy viendo, mejor dicho, sintiendo.
Mi madre me arrancó de la cama, me puso en pie y me enfundó en un uniforme que
parecía llevar chinchetas de lo que me picaba. El broche plateado del cinturón
era lo único que llamó mi atención en medio de la oscuridad de aquel vestido
tableado, al menos, la hebilla me pareció vistosa. Después vinieron los
calcetines, esos calcetines de perlé marrón que mi madre había tejido con tanto
mimo para que yo los luciera en mi primer día de colegio. Cómo olvidar aquellos
calcetines calados grabados en mis tiernas piernecitas cuando me los quitaban.
Para rematar la faena, me calzaron los Gorilas; aquellos zapatos marrones que
pesaban un sentido y que no se rompían nunca. Con toda aquella indumentaria me
sentía rara, me costaba esfuerzo andar y el uniforme me picaba cada vez más… Y
eso que me había librado del cuello blanco; porque cuando me pusieron aquel
cuello postizo sujetado con ojales y botones, por un momento pensé que mi madre
me estaba estrangulando. Todo aquel peso en los pies y aquella tortura en el cuerpo
me dejaron triste e inmóvil. Inconscientemente recordaba mis chanclas de goma,
mis vestidos de verano sin mangas y mis carreras en triciclo.
Pero buena
era yo de pequeña, menudo torbellino. Como decía mi tía: es una monada cuando
duerme. Lo cierto es que aquella tortura me duró poco, pronto le encontré el
divertimento al uniforme: a base de dar vueltas se levantaban los pliegues de
la falda, a mayor impulso más revuelo hacía la falda. Debo añadir que yo
hablaba por los codos y que era de sobra conocida en el barrio; desde el
portero hasta el relojero todos se acercaron para ver a Chús vestida de
colegiala. En cuanto mi madre se paraba para hablar con alguien, me soltaba de
su mano y empezaba a girar como una peonza para que se levantaran los pliegues
de la falda. Mi madre al ver mi nuevo baile no pudo por menos que cogerme de la
muñeca para darme una sacudida, a ver si así conseguía pararme de algún modo.
Con el fin de inmovilizarme decidió llevarme bien sujeta de la mano, pero ni
por esas. Yo a lo mío, como no podía dar la vuelta entera, pues daba media a un
lado y media al otro. Cuando mi madre me miraba de reojo en plena faena me
paraba, en cuanto retomaba la conversación yo seguía a lo mío, haciendo el
abanico a un lado y a otro con los pliegues.
Lo del
uniforme fue una novedad, pero la que verdaderamente hizo que me sintiese mayor
fue la cartera. Aquella cartera de plástico con un asa y dibujos de muñecos donde mi madre metió mi primera cartilla, un
plumier de madera, un cuaderno y un borrador. Después vino la impresión, una
fuerte impresión: la monja. En mi vida había visto una cosa igual. Una mujer
vestida con un hábito negro hasta los pies, toca, velo, esclavina con un
crucifijo sobre el pecho y un rosario que le colgaba de la cintura. Desde luego
no me asusté cuando la monja salió a recibirnos, más bien me quedé como un
mochuelo sin perder ripio de cómo me hablaba y cómo se comportaba, además
dentro de la clase había bullicio y veía bonitas mesas de colores; presentía
que aquello iba a ser divertido. Le dí la mano a la monja y me quedé allí tan
feliz; sin embargo había otras niñas que sintiéndose abandonadas por sus madres
en un lugar desconocido se echaban a llorar amargamente mostrando el velo
palatino hasta la úvula.
Esos recuerdos nunca se olvidan
ResponderEliminarSeptiembre es bonito y casi siempre va asociado al inicio de algo, de ir al colegio, de volver al trabajo, de apuntarte en alguna actividad o matricularte en lo que sea, en definitiva, como en el verano hemos cargado "las pilas" tenemos energías renovadas. ¡Buen septiembre a todos...! P.A.
ResponderEliminar...septiembre..., si es evocador.
ResponderEliminarYo no me acuerdo de mi primer día. Me acuerdo del colegio "La Sagrada Familia" cuando estaba en lo que hoy es el Pº Sagasta, al lado de Moncasi, donde vivía. Creo que allí estuve en el parvulario y puede que uno o dos cursos más porque luego se lo llevaron al Canal. Y a mi me cambiaron de colegio.
Y aquellos años fueron magníficos. Mi abuela era cocinera en el colegio y a la hora del recreo me tomaba un vaso de leche en la cocina.
Del nuevo colegio La Salle de la Plza San Francisco también tengo recuerdos a pesar de que tampoco duré mucho por no se que motivos.
Recuerdo ir de la mano de mi madre, el nudo que se me ponía en el estomago y como invariablemente a mitad del Puente de los Gitanos vomitaba el desayuno...
...Septiembre, Septiembre...!!
Pues yo por aquel entonces vivía en Juan Pablo Bonet, casi vecinas.
EliminarQue graciosa la trasnochada!que recuerdos...La descripcion de la monja genial...Esta epoca otoñal es muy entrañable para mi, sobre todo ahora que tengo sobrinos pequeños.Y tu en la foto estas autentica pillastre, debias de ser un bicho.jajaja;p
ResponderEliminarY sigo, sólo que ahora mentalmente, véase Azulenca. Jejeje.
EliminarQuerida María Jesús, que alegría leer de nuevo tus relatos!
ResponderEliminarMuy entrañable , a mi también me recuerda la niñez.
La fotografía es preciosa, que pasaría por esa cabecita?
Eras muy aplicada , me imagino ,por tu aspecto y buena también!
Un fuerte abrazo.
Sí, era muy aplicada en hacer una travesura detrás de otra, en pasarlo en grande. Quería ir al colegio aun cuando estaba enferma, me divertía ir al colegio, por eso recuerdo perfectamente mi primer día de cole.
EliminarUn fuerte abrazo.
Me ha gustado tu relato y también te digo que cada día me gusta más la niñez.Quizás por eso me estoy volviendo a ella.
ResponderEliminarSi, me ha gustado y he recordado la mía.
Un abrazo
AA. JP
Decía un amigo, que cualquier edad es buena cuando no se tienen problemas. Puede ser. Pero la niñez, cuando la recordamos nos deja nostálgicos. Y es que la inconsciencia está la felicidad, creo.
EliminarUn abrazo.
Encantador relato lleno de alegre sentimiento y nostalgia, què etapa la infancia tan bonita y que poco muchas veces, estos padres inmaduros modernos actuales observo con tanta falta de interés en proteger. Feliz vuelta a todos ! Cb de mu
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