Mi Paco, Francisco Umbral
María Jesús Mayoral Roche
Nunca he sido seguidora de nadie, quiero decir de gente
relevante en el panorama de las artes o de la farándula. Sin embargo,
debo confesar, que hubo un escritor por el que dejaba todo y allá donde él iba,
yo me presentaba: mi Paco, Francisco Umbral. Era mi época de tardes en la
biblioteca del Ateneo; bien escribiendo o recopilando información. Era mi
compañero de trabajo, que por aquel se estaba preparando oposiciones, sentado
no muy lejos de mí, Jose, el que venía a decirme sigilosamente: está Umbral en
el Palace, está Umbral en la Fnac, está Umbral en el Thyssen... Y yo abandonaba
todo, y Jose me seguía: para él cualquier excusa era buena para abandonar el
tedio del opositor.
De siempre había sido admiradora de
Umbral, desde los tiempos en que Paco iba a comprar el pan y escribía en El
País; más tarde se pasaría a El Mundo. Y es que a Paco le gustaba el dinero y
el dinero no era cuestión de ideología, por eso se fue de El País. Yo siempre
que cogía El Mundo lo empezaba por el final, por la columna de Paco. Su acidez,
su mordacidad y su mala leche me arrancaba la sonrisa y a veces la carcajada.
En aquellas líneas, el subconsciente de Paco se desataba en tinta, le costaba
poco escribirlas porque para él era como pensar en voz alta. Echo de menos al
Umbral articulista, nadie lo ha reemplazado, al menos en mi caso su vacío no lo
ha llenado nadie. Pero hay una afición que tenía Umbral y que se ha perdido,
quizá algunos la desconozcan y otros la hayan olvidado. Umbral era inventor de
palabras, amaba la lengua viva y además las recopilaba en diccionarios célebres
como su Diccionario Cheli, castizo él a la hora de expresarse así como
extravagante en sus declaraciones; a veces se desbordaba verbalmente, pero que
nadie se engañe pensando que era un hombre primario a la hora de dar
respuestas. Umbral era muy cerebral y teatralmente excéntrico, quiero decir que
se lo hacía. Quizá estos dos rasgos de su carácter no gusten, de hecho no era
un personaje amable de cara al público. Pero la frialdad suele esconder fuego,
pasión y a veces debilidad, sensibilidad. Y esa puesta en escena era ficción,
no olvidemos que había mamado mucho de Quevedo, de Larra y de Valle-Inclán.
Tres elementos que se las traían literariamente, rebeldes, extravagantes,
resentidos, excéntricos, presumidos, exagerados, mordaces... y para ellos era
fácil hacer de la palabra un dardo. Y esa frialdad de Umbral era la forma de
marcar la distancia, una barrera protectora para no ser agredido por la
zafiedad de la incultura. De hecho los periodistas le temían. Recuerdo que los
del equipo de Caiga quien Caiga lo abordaron en una ocasión y no se fueron de
vacío, apenas les dio explicaciones y se los quito de en medio lanzándoles un zarpazo
indiferente.
Yo seguía a Paco, y en una ocasión hasta
pude hablar con él y con su mujer, España, así se llamaba. No deja de ser
pintoresco este nombre y más cuando él le decía: España, ¡vámonos! Francisco y
España, eran una pareja perfecta; ella me impresionó y se notaba la admiración
que sentía por él. Pero la tarde más memorable y en la que más me reí, fue en
la presentación de un libro en la Fnac que había escrito y dedicado a su obra
un periodista de El País. Paco, que era vanidoso en extremo, se desató; por
supuesto luciendo su bufanda roja y portando un gin-tonic en mano. Y es que
cuando a Umbral le dejaban espacio se lucía, se sentía en su medio y si además
el público era joven, se desmarcaba por completo. Tras las alabanzas a Umbral y
a su obra, Paco tomó la palabra y cada vez que sacaba un papel doblado del
bolsillo, así como haciendo magia, la cosa se ponía interesante. Con su
característica voz engolada dijo, mejor dicho, se definió como inventor de
palabras y refranes; la emprendió con los políticos, con las ideologías, con
los homosexuales, con los cabrones, con los cornudos, con las putas, con las
castas y con el sexo en general... Hubo para todos y nos reímos... Estuvo
brutal y serio, sin mover un músculo de la cara, tan sólo al final, en la
comisura de los labios y en la mirada de soslayo, que escondía los gruesos
cristales de sus gafas, podía adivinarse que estaba disfrutando. Y dio en el
clavo en todo, con cinismo; siempre he pensado que para ser cínico hay que
tener clase. Y lo que más adoraba de mi Paco, además de su brutal sinceridad
era su seriedad, hasta bromeando era serio. Era un escritor con muchos
registros, un hombre con muchas caras y para él no era lo mismo la presentación
de una de sus novelas en el Palace, que la presentación del libro de un amigo
en la Fnac. Su estilismo también cambiaba, para el Palace se ponía dandi,
luciendo chaleco de gala pero discreto; en la Fnac se decantaba por un
estilismo bohemio, chaqueta sport y su característica bufanda roja.
Muchos han calificado y lo tienen a
Umbral en la lista de maleducados. Quizá fuera maleducado pero no era un
patán, era un hombre elegante, sincero, serio y literariamente daba la talla
sobradamente. No soy indulgente con esa sincera brutalidad o sinceridad característica
de Umbral; perdono todo cuando me venden ideas o pensamientos de los que me
aprovecho y me sirven en la vida. Por otra parte prefiero la brutalidad de la
verdad, de la realidad, a la falsa apariencia de las exquisitas formas que no
aportan nada, se repiten o se diluyen para no comprometerse. Llegados a este
punto hay que resaltar su pasado, su nacimiento: fue hijo de madre soltera y
esto marcó su vida. Pienso que la fría relación con su madre, empeñada en
esconderlo, en apartarlo de su vida, le predispuso a una cierta misoginia o tal
vez mucha misoginia. Lo que más valoraba Paco de las mujeres era su dotación de
la madre naturaleza, de hecho se deshacía en elogios a la hora de hablar de los
atributos de las señoras, le gustaban las mujeres deshinibidas; sin embargo
pocas veces les dedicó elogios en el plano cultural: Paco pertenecía a un mundo
de hombres escritores, tendencia social de su generación.
Hay otro hecho que marcó su vida y su
obra: la muerte de su hijo. De esta tragedia nació Mortal y Rosa, o lo que yo
llamo la inmortalidad lírica de su prosa a base de dolor, una bellísima elegía
en la que Umbral canaliza toda su amargura y da lo mejor de sí mismo. No, no
tuvo una vida fácil y no nos puede sorprender que su frustración explotara de
alguna manera a lo largo de su obra, porque Umbral era un gran creador y un
erudito. Todo este sobrepeso existencial le confirió un carácter particular:
necesitaba demostrar que era el mejor, destacar que él había salido de la nada,
que se había hecho a sí mismo. Quizá por este motivo se erigió en un
antagonista allá donde iba, crear controversia en cuanto escribía era lo suyo;
pero hay que reconocer que fue un personaje mediático en el panorama social y
cultural. Y Esto también le pasó factura: no obtuvo el debido reconocimiento,
nunca obtuvo sillón en la RAE y se lo merecía más que otros, los premios
siempre le llegaron tarde y muchos reconocimientos se quedaron por el camino.
En sus últimos tiempos tuvo problemas incluso para publicar porque no daba el
número de ventas que le exigían, no es que Umbral entrara en decadencia o que
hubiese perdido lucidez: el problema era y es que la literatura empezaba a no
vender, sencillamente.
Sus
últimas columnas en El Mundo, Paco dejaba entrever su final, su muerte, la
visión de moscas negras... A veces volvía la luz de la mejoría y con ella el
esfuerzo de estar al pie del cañón hasta el final.
Un
escritor se debe al tiempo que le toca vivir, dejar constancia con su obra de
esa época. Y es una lástima que Umbral no esté viviendo esta etapa política,
porque se le ocurrirían palabras y le darían igual las críticas.
Y yo por
mi parte, esa parte de Azulenca que me brota cuando veo el telediario, también
se me ocurren algunas palabras... Viendo la talla política que hemos alcanzado,
tendríamos que hablar de nanocracia, cleptocracia, siniestracracia,
micropoliticos, megacacos, discurseemos, podeirritemos, Sorayaplus, Lola
I +D, Montorete y Guindillete, Cataluñaburgo, ciudananos, presialdente,
trampantoja, duques y empalmes, barcenotesorero, gibarinación, animalicidas,
okupadores, deshauciadores, socialdestro, nenacarmena...
La Navidad está a la vuelta de la
esquina y a los que os guste leer, os recomendaría que rescataseis alguna
novela de Umbral para leer en estos días. De paso, aprovecho la ocasión para
desearos Felices Fiestas y desearos lo mejor para el 2017.
Era genial. ¿Y cuándo se refería a José Hierro como esa cabeza prusiana?
ResponderEliminar¿maleducado? ¡y que! nos hace falta gente así en esta sociedad adormecida y seguidora de lo políticamente correcto hasta el ridículo. Lo importante era lo que decía, las ideas que trasmitía. bien por Paco y bien por MJ Mayoral por traerlo a mi mente.
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