domingo, 18 de noviembre de 2012



LITERATURA EN LA CÁRCEL

Por María Jesús Mayoral Roche


Primera Parte





Dicen que los grandes descubrimientos son fruto de la casualidad; sin embargo todos sabemos que la casualidad no existe. Sentada en un banco, frente a la prisión de Torrero, me hacía estas componendas causales mientras apuraba un cigarrillo y unas cuantas ideas de última hora. No, lo mío no era miedo. El músculo parlante se me había adherido al velo palatino y la micción nerviosa me amenazaba; pero aquellos síntomas no eran del todo alarmantes, las piernas todavía me respondían. Comprobé la hora, faltaban diez minutos para que apareciera el educador del centro penitenciario. Mi inveterada experiencia psicoanalítica ante situaciones apuradas me recomienda que procure no pensar en nada, ya se encargará el subconsciente de vomitarme el resto de algún naufragio perdido. Aunque podría ser menos escatológica y decir que, en ese trance agónico que propicia la impotencia ante lo inevitable, la memoria te devuelve imágenes perdidas.

Treinta y tres años atrás estaba en ese mismo lugar, iba de la mano de mi padre y a la altura de aquel siniestro edificio se me ocurrió preguntarle por sus inquilinos. Mi progenitor, que no desperdiciaba la ocasión ni la esperanza de curarme el tabardillo a puro moralina, me contestó con esa edificante sutileza tan propia en él: “Aquí encierran a los revoltosos”. Yo, que las cazaba al vuelo, debí quedarme petrificada, pues se apresuró a puntualizar: “A los que de mayores siguen siendo muy revoltosos”. Respiré algo más aliviada: aún estaba a tiempo de enmendar la plana. No sé si lo mío era casualidad o causalidad, lo cierto es que estaba en el mismo sitio y en el mismo estado.

La presencia del educador me devolvió al presente. Todos estos psicopedagogos modernos serán grandes expertos en componer mentes, enderezar conductas y arreglar comportamientos; pero carecen de tacto a la hora de tratar con personas normales. Me echó un vistazo de arriba abajo y sin conocerme de nada me dijo:
- Es la primera vez que visitas una cárcel, ¿no? Esto es otro mundo. El muchacho que dio ayer la charla no supo hacerse con ellos, fue una lástima. A los actos culturales suelen acudir pocos, casi siempre son los mismos, eso suponiendo que no haya algo mejor en la televisión. Tal vez asistan y te quedes hablando sola; si el tema no les va se largan. Estos son así, como aquí todo es voluntario. No te asustes de lo que veas ni te sientas intimidada ante ciertos rostros: las drogas hacen estragos.

Ante aquellos prolegómenos mi músculo parlante se desprendió del velo palatino y la micción nerviosa dejó de incomodarme; esbocé una sonrisa arcaica al arreglador de comportamientos y apreté los puños con rabia: mi amor propio se había puesto en marcha. Con un trío de ases en la mano mi charla literaria no podía ser un fracaso. Lo cierto es que fallar con Dostoyevski, Wilde y Miguel Hernández hubiera sido para mí algo imperdonable. Hablar de cultura en la cárcel es como hablar de los manantiales en el desierto. A los presos les gusta rajar de los funcionarios (antiguamente llamados carceleros), insultar al Subdirector de Tratamiento, quejarse de su condena y de Instituciones Penitenciarias, en fin, charlar de sus cosas. Sin embargo, conocer la vida de tres escritores que habían padecido la miseria del presidio no les dejó indiferentes. Cualquiera que proponga en un centro penitenciario el más leve esfuerzo mental corre el riesgo de oírse lo siguiente: “Todo eso es muy bonito, está muy bien; pero a nosotros para qué nos sirve. ¿Usted cree que la sociedad nos dará una oportunidad cuando salgamos?” Mi respuesta les dejó desorientados: “Quien no lee se pierde media vida. La lectura es evasión, es terapia, es emoción, es cultura, es diversión, es todo. Podéis leer un libro y comentarlo entre varios, siempre habrá puntos de vista diferentes, cada uno sacará sus propias conclusiones”. Esta proposición no cayó en saco roto y mi oferta de abrir un taller de Literatura en la prisión no la despreciaron.

(Continuará...)

6 comentarios:

  1. Espero continúe pronto, porque me has dejado con mucha curiosidad...

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  2. Pienso que les llevaste esperanza. Si esos grandes escritores estuvieron en la cárcel y siguen siendo grandes, seguro que ellos sintieron que podían arreglar su vida. Pero qué duda cabe que yo también estoy expectante. Vlad

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  3. La verdad es que fue toda una experiencia. Esta entrada que he publicado la escribí hace ya algunos años para una revista, previa petición: les interesaba el tema penitenciario.

    Gracias por vuestros comentarios.

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  4. Yo que conozco tus andaduras penitenciarias, he de decir que estuvo muy bien aquella iniciativa, se deberían de hacer más cosas de este tipo con la literatura el arte o cualquier otra rama.Enhorabuena, sigue escribiendo así de bien.

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  5. Desde luego el lumbreras que te recibió a las puertas de la cárcel con esas palabras, de psicología nada de nada. No sé cómo algunos ejercen de "educadores". Lo que si sé es que le echaste valor para entrar ahí dentro después de ese discursito y que te salió bien, a juzgar por la buena acogida que tuvo el Taller posterior. Fue una buena iniciativa que ojalá tuviera continuidad.

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  6. Ya sabes, querida amiga, que algunos allá arriba están para que los eduquen. Agradezco enormemente tu comentario, tú sabes mucho.

    Un abrazo.

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