jueves, 13 de diciembre de 2012


INVIERNO
Por María Jesús Mayoral Roche



           
           Se acercaba a pasitos cortos el invierno, frío, plúmbeo, nebuloso, con las oscuras tardes iluminadas por la escasa y amarillenta luz de las farolas del Paseo, con los desnudos y rígidos árboles de aspecto fantasmagórico a la sombra de esta iluminación tenue.
            Nosotras ya estábamos equipadas para el invierno con los abrigos ingleses azul marino. A pesar del frío la vendedora de caramelos permanecía en su esquina, sentada junto a la cesta de mimbre rutilante por el celofán de las bolsitas de pipas y chupadores de colores. Todavía recuerdo la cara de aquella pobre mujer con la tez pálida atenazada por el frío y sus ojitos llorosos que parecían implorar misericordia; su trémula voz despertaba la compasión de su clientela infantil. La levedad de su sonrisa llegaba a ser más una mueca de fastidio que de agradecimiento, debido a la escasez de sus dientes. Almudena y yo siempre le comprábamos lo mismo, unos regalices.
            Se aproximaban las Navidades y había que ir haciendo los preparativos propios de estas fiestas. El Paseo de Ruiseñores engalanó las desnudas ramas de sus árboles con bombillas de colores, este toque luminoso alegraba el paisaje invernal. Almudena y yo nunca teníamos frío, íbamos todo el camino hasta casa corriendo y chupando regaliz.
            ¡Cómo me gustaba imitar a los mayores! Uno de mis entretenimientos favoritos era ponerme la mantilla de mi tía, sus zapatos de tacón y coger un bolso viejo de charol. Mi tía se reía al verme con aquella facha de niña disfrazada de señora. Todos los días escuchábamos en la radio el serial "Matilde, Perico y Periquín", el travieso de Periquín siempre salía mal parado de sus correrías.
            Por Navidad nos reuníamos toda la familia en la gran casa de mis padres. Al levantarme por las mañanas, lo primero que hacía era mirar por el enorme ventanal del balcón de mi habitación; los cristales estaban empañados y los tejados de las casas con sus humeantes chimeneas aparecían cubiertos por un fino manto albo. Mi habitación era como un carámbano. Cuando subía mi madre me pillaba descalza mirando por el cristal, me cubría con una manta, me bajaba en brazos al salón y me sentaba en un sillón junto a la chimenea. Envuelta en la manta y sentada en aquel sillón de alto respaldo tapizado en yute, me sentía como una princesita prisionera en el trono de un gigante.
            Tía Laura me presentaba en una bandeja un tazón de leche y un plato con magdalenas; al ver lo que se me avecinaba ponía expresión de desgana. Mi tía muy alegre, me decía:
            - ¡Irene vamos a jugar a soldaditos!
            El juego consistía en desmenuzar la magdalena a trocitos simulando un pequeño frente, que debía comerme sin rechistar si quería ganar la batalla. Como recompensa a mi triunfo me cantaba la canción del reloj, mientras tarareaba el estribillo que decía tic-tac, tic-tac, me señalaba el reloj de pared con el dedo.
            Hacía frío y no me dejaban salir al jardín a jugar, así que me iba a la cocina con la tata María y su marido Félix. María andaba siempre atareada en todo tipo de faenas, para entretenerme me sacaba una vieja cesta de mimbre llena de juguetes antiguos, que contenía botijitos de porcelana y lecheras de mayólica. Cuando María se descuidaba, arrastraba sigilosamente una silla hasta la alacena y me subía a ella para poder alcanzar de los anaqueles, los saleros y palilleros que tanto me gustaban. María siempre me sorprendía en plena travesura.
            También me entretenía al lado de Félix, sentada en un tajuelo mirando como sus manos nudosas rallaban las mazorcas de maíz haciendo saltar los granos de maíz que caían acompasados en una capacha de esparto.

De mi novela Los Castaños de Indias (Edición agotada)
           

4 comentarios:

  1. ¿Para cuándo una nueva edición de esta maravillosa novela?

    Vlad

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  2. Esta novela guarda muchos recuerdos del pasado que en cierta forma todos hemos vivido.Estaria bien volver a tomarla para disfrutar de una buena lectura.

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  3. Gratos recuerdos de tu novela

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  4. La verdad es que Los Castaños de Indias es una novela llena de recuerdos.

    Gracias por vuestros comentarios.

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