miércoles, 2 de enero de 2013


Pompeya, catástrofe bajo el Vesubio
Por María Jesús Mayoral Roche

Museo Arqueológico Nacional de Nápoles

Del 6 de diciembre de 2012 al 5 de mayo de 2013
La muestra, compuesta por más de 600 piezas procedentes de museos italianos, alemanes y españoles, pretende enseñar a los visitantes del Centro de Exposiciones Arte Canal (Madrid) cómo era la vida de los pompeyanos antes de la erupción del Vesubio en el año 79 d.C, así como las consecuencias de esa terrible catástrofe. Además, se quiere resaltar la importancia de Carlos III, el "Rey Arqueólogo", descubridor y auténtico impulsor de las excavaciones en Pompeya.

Hay una trágica historia que la ceniza inmortalizó y preservó, quién sabe si para mostrarla al mundo siglos después en todo su esplendor. Todo comenzó a los pies del Vesubio en el año 79 de nuestra era, un 24 de agosto a eso de mediodía. El hecho está documentado en una carta que escribió Plinio El Joven a Tácito. La carta más o menos decía así:
Querido Tácito:
Me pides que te cuente la muerte de mi tío con el fin de dejar testimonio a generaciones posteriores. Te agradezco que sea recordada por ti, de esta forma quedará asegurada su gloria. De hecho él ha muerto en medio de la destrucción de una ciudad bellísima, en una situación digna de la memoria que por siempre debe perdurar en el recuerdo. Si bien él mismo ha escrito muchas y largas obras, tus escritos inmortalizarán y aumentarán su fama.
[…] Alrededor de la una, mi madre le indicó que se veía una nube de un tamaño y de una forma extraña. Mi tío, después de haber tomado el sol y darse un baño de agua fría, tumbado tomó un pequeño refrigerio y se puso a estudiar: pidió las sandalias y subió a un sitio donde poder observar mejor el fenómeno. Una nube iba surgiendo, pero no se veía claro el monte desde donde se alzaba (después se supo que era el Vesubio). […] De hecho se elevaba verticalmente como un tronco altísimo, se ensanchaba en varias ramas, primero subía empujada por una corriente ascendente, agotada después, bien por cesar su empuje o vencida por su propio peso, se expandía tumbada: a trazos blanca, otra vez negra y sucia a causa de la tierra y cenizas que transportaba.
Mi tío como hombre erudito que era, comprobó que el fenómeno debía ser observado de cerca. Ordenó que se preparara una liburna (barca veloz) y me autorizó, si quería, a acompañarlo. Pero le contesté que prefería quedarme a estudiar, él me había asignado unos trabajos. Al punto de salir de casa, recibió un mensaje de Rectina, mujer de Tasco, aterrorizada por el peligro que la amenazaba (su casa estaba a los pies del monte sin una vía de escape, excepto en barco); suplicaba ser auxiliada. Mi tío, entonces, pidió opinión y aquello que él entendía por amor a la ciencia, lo hizo como un deber.
[…] Se apresuró allí donde otros escapaban, fue al timón, directo al peligro. Sin miedo, dicta y describe todos los fenómenos de la tragedia tal y como se muestran a sus ojos. Comenzaba a llover ceniza sobre las barcas, cada vez más caliente y densa cuanto más se avecinaban; también se veían pómez y guijarros encendidos, después la  playa quedó bloqueada por las piedras proyectadas por el monte. Tras vacilar, si volver atrás tal y como le sugería el piloto, exclamó: la fortuna ayuda a los audaces, dirígete a casa de Pomponiano.
Plinio el Viejo llegó a casa de su amigo e intentado salir de aquella infernal encerrona, en medio de un mar en ebullición, una tierra ardiente y bajo un cielo cubierto de cenizas del que llovían guijarros encendidos, murió asfixiado por los gases.
Pompeya y sus alrededores, después de aquella devastadora erupción volcánica, debida más al monte Somma que al Vesubio -así lo constatan los vulcanólogos hoy en día-, quedó sepultada por las cenizas dejando enterrado su esplendor. Un esplendor que tardaría siglos en ser descubierto.
Existe una historia paralela a la propia historia repleta de personajes malditos, hombres a los que se les ha negado ese puesto que por mérito propio les correspondía: páginas empolvadas con nombres y apellidos olvidados. Es por eso que considero justo rescatar a uno de esos personajes por el mero hecho de haber sido condenado al olvido: Roque Joaquín Alcubierre. Siendo Carlos III rey de Nápoles, este desconocido ingeniero militar -aragonés por más señas- fue el que le propuso al soberano las excavaciones en Herculano y Pompeya, él fue quien sacó a la luz todo el esplendor que cubrieron las cenizas. Roque Joaquín Alcubierre dejó gran parte de su vida en este empeño de rescatar tesoros para ofrecerlos a su Rey, no sin costosos sufrimientos; él extrajo la mayor parte de los hallazgos más importantes y el primero en ser eclipsado por los arqueólogos alemanes posteriores.  
Voy a atreverme a recomendar una exposición que no he visto; pero dada la importancia y el número de piezas que han traído para exhibirlas en el Centro de Exposiciones Arte Canal, puedo garantizar que no defraudará a nadie. Son piezas procedentes en su mayoría del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, que yo afortunadamente he podido contemplarlas allí, es por esto que me arriesgo a recomendar esta muestra. Por otra parte el Centro de Exposiciones Arte Canal tiene sobrada experiencia a la hora de montar este tipo de exposiciones y ambientarlas.

3 comentarios:

  1. Sobrecogedora la carta y los acontecimientos de Pompeya en el 79, leer este testimonio hace pensar en los terribles momentos que pasaron esas personas.

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  2. Tiene razón mi amiga en recomendar esta exposición. Yo acabo de verla y puedo confirmar que es interesantísima, no sólo por la cantidad y calidad de las obras expuestas sino por la cuidada ambientación de la misma. Además pueden verse unos mini vídeos y una película que ilustran muy bien sobre cómo era la vida en Pompeya, cómo fue la erupción y sus consecuencias posteriores.

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  3. Merecido homenaje a Roque J. Alcubierre, Chus, y con él a toda una generación de arqueólogos (aunque él era ingeniero, como bien apuntas) que contribuyeron a revelarnos los secretos que encierra nuestro pasado; el brillo de la ciudad de Pompeya, en este caso. Sirva este artículo, cuando hoy las cosas corren por otros cauces, para reivindicar de algún modo la labor reformista e ilustrada de ese gran monarca que fue Carlos III. Todos al Arte Canal a ver esa exposición que tanto promete.

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