miércoles, 13 de febrero de 2013

POSTALES CON RECUERDOS     
Por María Jesús Mayoral Roche


La Matacía


Una amiga me ha pedido que rescate esta estampa, una historia que ya conté y que no está mal recordarla. La cuento a mi estilo, con las palabras que utilizamos aquí.

Días antes, la casa empezaba a oler a ajos, hinojo, pimentón, anisetes, avellanas, piñones y demás especias. Los instrumentos y útiles salían de sus polvorientos y entelarañados aposentos para ser fregados y refregados una y otra vez hasta sacarles el lustre, ese lustre primigenio que sólo el esparto natural sabe sacar: pucheros, terrizos, trébedes, caldera, espumadera, capoladora, envasadora de morcilla… Apilados por cocinas, cubiertos y graneros, esperaban su turno en el gran día de invierno. A mí, todos aquellos preparativos me ponían en un estado más nervioso del habitual, eso de matar al tocino suponía jaleo, entrar y salir a los corrales, estar en medio del zancocho; vamos, que me encantaba estorbar para ver y comprobar, para saciar mi curiosidad infantil. Pero claro, yo nunca había visto matar al tocino. Mis padres se negaban a que lo viera, porque consideraban que no tenía edad para presenciar la matacía.

Pero llegó el día en que mi padre decretó que ya podía asistir a la matanza del cerdo. Lo voy a contar, tal y como lo siento. A las cinco de la mañana, de noche oscuro, llegaron los matarifes armados con los ganchos y cuchillos, se dirigieron a la zolleta, y con alevosía y nocturnidad, engancharon al cerdo de las orejas y lo agarraron del rabo. Los gruñidos del animal eran estremecedores en el silencio y la oscuridad de la madrugada. Yo no perdía ripio de todo lo que estaba presenciando. Los matarifes con fuerza y destreza redujeron al animal hasta tumbarlo en la bacía, completamente estirado y en medio de convulsiones, uno de los matarifes clavó el gran cuchillo en la garganta del cerdo: la sangre comenzó a manar a chorro. Mientras, la mondonguera arrodillada sobre un gran terrizo, remangada hasta los codos recogía la sangre del animal dándole vueltas con brío y sin parar para que no se echara a perder. Yo, viendo aquella carnicería, me había quedado petrificada. Terminada la recogida de la sangre, le tendieron a la mujer un paño blanco e inmaculado para que se limpiara el brazo sanguinolento. Aquel brazo teñido de sangre, el tajo en la garganta del tocino y la agonía del animal hicieron que no volviera a presenciar una matanza.

10 comentarios:

  1. Menuda experiencia !! tu crónica ha despertado en mi recuerdos con nostalgia de vivencias como la tuya de gran valor con mis mayores, por desgracia se van perdiendo al mismo tiempo que perdemos a nuestros mayores mucho mas valientes que nosotros. cb de mu

    ResponderEliminar
  2. Tienes toda la razón, nuestros mayores han sido mucho más valientes que nosotros: las generaciones se debilitan, qizá sea debido al progreso. Gracias, amiga.

    ResponderEliminar
  3. Me ha gustado mucho tu relato y he rememorado otras matanzas a las que asistí. Por cierto que con la sangre del cerdo hacían unas estupendas sopas de cachuela que almorzábamos temprano. Un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, aquí había otras tradiciones como la de comer el hígado para almorzar. Han cambiado tanto las cosas que de repertirlas en tiempo y lugar, el sabor ya no sería el mismo.

      Saludos.

      Eliminar
  4. Sabes expresar los sentimientos que nos despertaba la matancía en aquellos años, nervios, curiosidad, me ha encantado. Gracias. A.E.X.

    ResponderEliminar
  5. Que recuerdos sí, yo también los he vivido, me encerraba en una habitación y me tapaba los oidos, me daba pánico; pero nunca llegué a ver esa carniceria, de haberla visto no sé si hubiera comido esas deliciosas morcillas,bolas,etc. Es una estampa espantosa la de la matacía, pero entonces daba de comer a una familia durante todo el año cuando no había tantos productos precocinados...

    ResponderEliminar
  6. A mi también me trae recuerdos la matacía del cerdo y hacía exactamente lo mismo, meterme en la habitación más escondida y taparme los oidos, luego si que me gustaba estar metida en todo el follón colaborando, si se puede llamar así lo que yo hacía, y viendo como se hacían las bolas, chorizos, morcillas etc. ¡Y que rico estaba todo! lo que comemos ahora es un sucedáneo de lo de antes

    ResponderEliminar
  7. Sólo he visto una matanza del cerdo en mi vida, siendo niño, y es una secuencia de imágenes y sonidos que no se olvida. También recuerdo que aquel era un día de fiesta en el que toda la familia se reunía a compartir el almuerzo después de destazar el animal. Una buena postal.

    ResponderEliminar
  8. Antes a los cerdos se les daba alimentos para ellos. Respirabam aire que venía de fuera. Muchas veces hasta podían salir de las cochiqueras. Pero ahora. Los matan de forma menos sufriente después de una existencia encerrados y hormonados.
    El ser humano es paradójico.

    Vlad

    ResponderEliminar